martes, 9 de octubre de 2012

Venezuela nos enseña


Javier Couso
Después de derrotar dos golpes (uno militar y otro petrolero), un cáncer y una de las campañas de intoxicación mediática más virulenta y global, Hugo Chávez consiguió su cuarta reelección consecutiva.
A pesar de que el ejercicio del poder desgasta, y más si son 13 años, el proyecto que lidera el Presidente Chávez ha conseguido el apoyo de un 55% del electorado venezolano.
Estas cifras hay que valorarlas de manera cualitativa más que cuantitativa ya que han sido obtenidas en un escenario extremadamente complicado, en lo político y lo humano, que pocas personalidades hubieran soportado con la entereza del mandatario venezolano.
Queda refrendado que la Revolución Bolivariana ha mudado la piel de Venezuela en todos los sentidos pero, sobre todo, ha empoderado a ese pueblo excluido y vilipendiado que era maltratado por la burguesía rentista de la riqueza petrolera.
No solo se han atendido las necesidades de la población, mejorando todos los estándares de vida (educación, sanidad, descenso de la pobreza y de la delincuencia, erradicación del analfabetismo…), sino que además se ha impulsado un proyecto total de soberanía para ir construyendo una Venezuela libre y soberana.
El fortalecimiento de los sectores estratégicos y la diversificación en la industria, la agricultura, las comunicaciones, la energía o la defensa, enmarcado todo en un mejor reparto de la riqueza, han logrado que el pueblo entienda esa soberanía como suya, lo cual es parte esencial en la fortaleza del proyecto socialista venezolano.
Por eso la participación electoral masiva de las dos clases en conflicto, por eso la movilización en los barrios populares, por eso la felicidad del pueblo en la victoria. Es el sentimiento real de formar parte de un esfuerzo colectivo y sobre todo inclusivo, donde los olvidados por el anterior sistema neoliberal son hoy protagónicos, no solo en el esfuerzo, también en los beneficios.
La victoria en Venezuela la hemos vivimos intensamente desde la izquierda del sur de Europa, al igual que con ilusión seguimos en las elecciones griegas la esperanza de Syriza o nos emocionamos con las palabras de Melenchon, candidato del Front de Gauche.
Este sentimiento es la esperanza compartida de un mundo mejor y la necesidad de victorias reales que nos inspiren tras años de derrotas consecutivas que nos arrebataron incluso la necesaria fe en el futuro. No olvidemos nunca que solo lo que se piensa puede ser realizado. Estábamos derrotados. Y por ello un día como hoy crecemos junto a la victoria del pueblo de Venezuela y nos empoderamos un poco, asistiendo, aunque sea en la distancia, a la derrota de los planes neoliberales que aquí nos llevan de la pobreza a la miseria con destino final en el nuevo feudalismo.
En el caso español, este lunes, hemos sabido por el Barómetro de Metroscopia que continúa el descenso sostenido del bipartidismo, auténtica crisis de régimen en el que los dos partidos que se alternan van perdiendo intención de voto. Sirva como ejemplo ilustrativo que ni concurriendo unidos el PP y el PSOE (53,8%) lograrían vencer al PSUV (55%) en unas hipotéticas elecciones.
Lo malo es que la izquierda real no crece lo que debería. No recoge el malestar ciudadano y popular para empezar a ser una alternativa social y de gobierno. La encuesta da un escuchimizado 12,6% cuando se debería estar rondando el 20%, necesario trampolín para aspirar a disputar la hegemonía.
Algo hay que cambiar, eso está claro, pero no sabemos muy bien qué. Nadie ha dado con la tecla para poner en marcha el proyecto que lleve a la victoria. No se trata de copiar modelos y trasplantarlos en una realidad diferente, eso siempre fracasa, pero sí la necesidad de un relato, un proyecto social creíble que ponga freno al neoliberalismo del PPSOE, una convergencia con la calle del “no nos representan” y mucha unidad en base a una propuesta clara de recuperación de la soberanía, sea en una nueva Europa o junto a los países del Sur.
Quizás nos haga falta una figura que aglutine, que con su poderío pueda limar las asperezas y ser pasta para rellenar las grietas que si se dejan crecer acaban siendo abismos. Alguien generoso que sepa equilibrar, que encarne un proyecto de futuro, que enamore.
Sé que estamos en ello, que no vamos a dejar que nos lleven como corderitos al matadero neoliberal pero, mientras tanto, creamos que es posible y hagámoslo.
Venezuela nos enseña.

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