domingo, 25 de septiembre de 2011

José Martí: la amistad y el deber

“No se pueden hacer grandes cosas sin grandes amigos.”
José Martí




por Carlos Rodríguez Almaguer

Cuando con solo 16 años, en junio de 1869, José Martí le envía a su entrañable amigo Fermín Valdés Domínguez su retrato desde el presidio, en cuya dedicatoria confiesa: "En mis desgracias, noble amigo, viste/ ¡Ay! Mi llanto brotar, —si mi tirano/ Las arrancó de mi alma, tú supiste/ Noble enjugarlas con tu amiga mano,/ Y en mis horas de lágrimas, tú fuiste/ El amigo mejor, el buen hermano:—... ", estaba sedimentando una convicción que lo acompañará toda la vida: la de que nunca resulta tan reconfortante y placentero el cumplimiento áspero de un deber, por difícil que este sea, como cuando se cumple en la compañía física o espiritual de amigos leales.
De las circunstancias que rodearon su niñez y adolescencia algo sabemos —incomprensión paterna, estrechez económica, firme interés suyo por el conocimiento y la poesía— y de esas circunstancias la ganancia mayor fue, sin duda, la insaciable necesidad de dar y recibir afecto que, en lugar de mermar, se acrecentaría con el tiempo y los dolores del alma. Y si en los enrevesados y falseados tiempos nuestros nos vemos obligados a adjetivar palabras que por su diamantina solidez y transparencia no lo necesitan, sépase que ellas y el concepto vastísimo que encierran no merecen cargar con el bochornoso rebajamiento a que las ha sometido la mezquindad que afea el espíritu humano. Ni amistad ni cariño deberían de llevar entre nosotros, los hijos de Martí, más apellido ni interpretaciones que las que nos revelan lo que ellas han aportado a nuestro crecimiento como pueblo y como hombres en estos dos siglos de forja y de combate para levantarnos del pantano moral donde nos tenían tendidos nuestros dueños.
Cuba libre, soberana y digna no es solo el fruto de la inteligencia y el valor de sus hijos. Es también el fruto del cariño entre ellos y, en especial, de "la más bella forma del amor" que es la amistad. Dar por hecho que amistad es sinónimo de "amiguismo" o "sociolismo" ramplón no implica solamente mudar su significado, es renegar, no ya de la palabra sino del concepto que, guardado, alimentado y transmitido desde lo más puro de los pechos cubanos, tanto ha contribuido a fortalecer nuestra capacidad de resistir, desafiar y vencer los embates de fuerzas en todos los tiempos mucho más poderosas numérica, militar y económicamente que las que han militado en las honrosas filas del decoro cubano. Véanse si no, además de las cartas de Martí, las de Céspedes, Agramonte, Maceo y Máximo Gómez; conózcanse también los limpios lazos que han unido a hombres de la más reciente epopeya como Camilo y Che, Fidel y Juan Manuel Márquez, Raúl y Ñico López, por solo citar estos pináculos de nuestras glorias patrias.
Si en su carta de 1879 a Miguel F. Viondi, desde Madrid, le confiesa Martí, refiriéndose a su inesperado fiador, que "grandes cosas estoy obligado a hacer, puesto que grandes bondades tengo que pagar", en la que enviará desde Nueva York a su amigo por antonomasia, el mexicano Manuel Mercado, en agosto de 1882, desbordará aquella "sagrada gratitud" que se le debe a un espíritu puro cuyo influjo y vigilancia nos obliga siempre a obras altas y honrosas: "Mi hermano queridísimo: Va para años que no ve usted letra mía; y, sin embargo, no tiene mi alma compañero más activo, ni confidente más amado que usted.—Todo se lo consulto, y no hago cosa ni escribo palabra sin pensar en si le sería agradable si la viese. Y cuente de veras con que si algo mío creyera yo que habría de desagradar a usted —no lo haría de fijo. Pero no se me ocurre nada, ni pongo en planta nada, que no vaya seguro, si obra de actividad, de su aplauso; —si pecado, porque soy pecador, por humano, de su indulgencia. Este comercio me es dulce. Este agradecimiento de mi alma a usted que me la quiere, me es sabroso. Su casa es un hogar para mi espíritu. (... ) Y me parece que tengo derecho a usted, —por el que doy a usted constante y crecientemente sobre mí. —No es que me acuerde de usted en ma
rcada hora del día. Es que sé que usted consolaría mis tristezas, si las viera de cerca, y aún siento que las consuela con su afecto lejano: y es debilidad humana, o acaso fortaleza, pensar en lo que redime del dolor al punto en que el dolor se sufre."
Recordemos qué tamañas angustias afligían a aquel espíritu supremo en el momento de redactar esta carta: apenas dos años antes había terminado en fracaso la Guerra Chiquita al frente de cuyo Comité en Nueva York había quedado Martí luego de la expedición de Calixto García. El año anterior había residido en Caracas para dar tiempo, en su "tregua fecunda" a que los ánimos volvieran a su cauce, y había sido expulsado de ella por reconocer públicamente el mérito de un hombre "justo", el gran Cecilio Acosta. Este propio año de 1882, escribirá a Gómez la carta en la que le anuncia ya su idea de la necesidad de que todos los cubanos buenos, los que desean la independencia, deben agruparse en un partido revolucionario que influya en el destino de Cuba, más que por el número de sus integrantes, por las virtudes, los méritos y la limpieza de vida de sus militantes. Sabemos que esto habrá de esperar todavía diez años. Por lo tanto la explosión de sincero afecto en la carta a Mercado no es fruto de debilidades ni flojeras de ánimos. No fue aquel "hombre más puro de la raza" alguien que anduviera por las esquinas desmayándose al oler una flor. No le asustó la sangre luego de la cercanía del primer combate en Cuba Libre. No le tembló la voz frente a los héroes consagrados en las cruentas batallas cuando hubo de decir la verdad útil al futuro de su país porque mantendría "al ejército libre y al país como país y con toda su dignidad representado."
Este hombre increíble que nos afirma por un lado que "solo en el cumplimiento triste y áspero del deber está la verdadera gloria", es capaz de sentenciar al mismo tiempo que "Los amigos son mejores que los amores. Lo que éstos corroen, aquéllos lo rehacen." El mismo dirigente político que en sus discursos ante los emigrados, para evitar aspavientos inútiles, establecía que "el deber debe cumplirse sencilla y naturalmente", le escribirá a su amigo, el General Máximo Gómez, en 1884 esta desgarradora despedida: "¡Qué anhelo de verlo! (... ) será gusto que usted me consuele de la fealdad y codicia de este mundo y de la amargura incurable con que todo hombre sencillo y bueno ha de vivir en él".
Así, cuando en otras latitudes la vertiginosidad y el abandono de estos tiempos han propiciado la sustitución del amigo leal por el psicoanalista, la amistad que ha caracterizado a los cubanos, que se basa en altos principios, en valores morales universales, en sacrificios concretos y desvelos perennes por el mejoramiento humano y por la utilidad de la virtud, no puede ser jamás —por nuestro propio bien como pueblo de hombres libres— tirada en los rincones oscuros como un vicio, sino levantada como una antorcha salvadora para que no perdamos el camino en la hora difícil del sacrificio, porque atendiendo al mandato martiano "hay que salir en amistad al encuentro de los ejércitos amenazantes". Solo así podríamos decir honradamente, en justicia a nuestra propia historia, que en esta isla infinita donde comienza el deber se afirma la amistad.