martes, 12 de abril de 2011

Conmemoran en Isla Verde aniversario del desembarco de José Martí y Máximo Gómez

"Salto: dicha grande".

José Martí
Diario de Campaña, 11 de abril de 1895.

Por Carlos Rodríguez Almaguer.


Con una tertulia histórica se conmemoró la noche de este lunes, en la biblioteca del Proyecto Sociocultural Isla Verde, en La Palma, el Aniversario 116 del desembarco de José Martí, Máximo Gómez y la "mano de valientes" por La Playita de Cajobabo al sur de Guantánamo, el 11 de abril de 1895.

Durante la jornada, en horas de la mañana, se realizó además la visita de un grupo de estudiantes de politécnico al Bosque Martiano que le sirve de núcleo a este proyecto. Los jóvenes intercambiaron con los coordinadores sobre los diversos talleres de creación que allí se imparten, así como de los servicios que presta esta biblioteca que funciona además como centro de documentación, a disposición de alumnos, maestros, profesores y profesionales sobre temas relacionados con la Historia de Cuba, Historia Universal, Filosofía, Literatura, Política, Bioética, así como otros aspectos afines a la protección medioambiental desde la cosmovisión martiana.

En la referida tertulia se rememoraron las peripecias que antecedieron al tan ansiado desembarco, y al hecho de cómo el Apóstol mantuvo en todo momento su disposición de venir a la Isla, donde ya había estallado la Guerra Necesaria que él mismo había organizado, para demostrar en los hechos lo que había expresado tantas veces en sus discursos: su disposición a afrontar todos los riesgos en defensa de la idea independentista.

La visita de estudiantes, pioneros, maestros, profesores, artistas e intelectuales de diversas ramas se vienen haciendo cada vez más frecuentes a este Proyecto Sociocultural y Ecológico ubicado en un espacio físico acogedor, donde el silencio y la majestad de la naturaleza, junto a la imagen multiplicada del Apóstol, son la mejor compañía del visitante.  
   

  

lunes, 11 de abril de 2011

DECLARACION DEL COMITE LIBANÉS DE SOLIDARIDAD CON LOS CINCO POR ABSOLUCION DEL TERRORISTA POSADA CARRILES. 11 DE ABRIL DEL 2011

  Beirut, 11 de abril del 2011

El Comité Libanés de Solidaridad por la Liberación de los Cinco expresa su más enérgico rechazo a la absolución, por parte del jurado en El Paso, Texas, Estados Unidos, del terrorista internacional confeso Luis Posada Carriles, responsable de viles acciones contra inocentes del pueblo cubano, en una nueva farsa del sistema judicial norteamericano, dando al traste con todas las  pruebas contundentes que confirman su culpabilidad en múltiples actos terroristas, siendo el autor de la voladura de un avión de Cubana de Aviación, en 1976, en el que murieron 73 personas, así como de la colocación de explosivos en hoteles turísticos de Cuba y otras acciones criminales.

Acostumbrados ya al doble rasero y discurso del gobierno de Estados Unidos, en el tema de la presunta “lucha contra el terrorismo” y por los “Derechos Humanos” y la “democracia”, su apoyo al estado sionista de Israel, que ejerce, durante décadas, su terrorismo de Estado en la región del Medio Oriente, con armas y recursos suministrados incondicionalmente por las administraciones norteamericanas, así como su actitud agresiva y cruenta contra nuestras naciones árabes y demás naciones del Tercer mundo,  no nos sorprende su actitud  de proteger y amparar a Posada Carriles, mientras continúa encarcelando injustamente  a Gerardo Hernández, Antonio Guerrero, Ramón Labañino, Fernando González y René González, por el delito de ser anti-terroristas paradigmáticos, y mientras su gran aliado Israel mantiene en la cárcel a más de 10 mil prisioneros políticos palestinos y árabes en general, entre ellos mujeres, adolescentes y niños.

El Comité Libanés de Solidaridad por la Liberación de los Cinco hace suyo el llamado del pueblo de Cuba y convoca a los pueblos árabes en general y al pueblo libanés en particular a actuar conforme con nuestros valores de lucha histórica contra el terrorismo y por la libertad y la dignidad de la humanidad así como por un mundo mejor, y a incrementar la lucha constante en la solidaridad con el hermano pueblo de Cuba contra el Imperio, que es nuestro enemigo común, y por la libertad inmediata de Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René y su regreso a su patria ya que además de ser inocentes, están siendo victimas de una profunda violación a sus derechos humanos, al igual que sus familiares, particularmente en el caso de Adriana Pérez, esposa de Gerardo Hernández y de Olga Salanueva, esposa de René González, situación que tambien se repite con cada uno de los prisioneros árabes en las cárceles de Israel, por los cuales exigimos igualmente su puesta en libertad.

sábado, 9 de abril de 2011

LA CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA

“Sombra es el hombre, y su palabra como espuma,
y la idea es la única realidad.”

José Martí
El 10 de Abril
Por Carlos Rodríguez Almaguer.


Para los residentes en Nueva York que venían siguiendo desde el mes anterior el periódico recién creado para no dejar morir, entre las frialdades y miserias de la tierra extraña, el alma cubana, la lectura de la edición de Patria correspondiente a aquel 10 de abril de 1892 les traería reminiscencias como estas: “Sí: Céspedes presidió, ceremonioso y culto: Agramonte y Zambrana presentaron el proyecto: Zambrana, como águilas domesticadas echaba a cernirse las imágenes grandiosas: Agramonte, con fuego y poder, ponía la majestad en el ajuste de la palabra sumisa y el pensamiento republicano; tomaba al vuelo, y recogía, cuanto le parecía brida suelta, o pasión de hombre; ni idólatras quiso, ni ídolos; y tuvo la viveza que descubre el plan tortuoso del contrario, y la cordura que corrige sin ofender; tajaba, al hablar, el aire con la mano ancha. Acaso habló Machado, que era más asesor que tribuno. Y Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo. En conjunto aprobaron el proyecto los representantes, y luego por artículos, ´con ligeras enmiendas´.”[1]

Nacía de esta manera la primera Constitución cubana que habría de acatarse, y con ella nuestra primera República. Era entonces la República que vivía fundamentalmente en los anhelos, por un lado, de un patriarcado criollo que en ofrenda legítima y gloriosa en pos de la consecución de ese ideal supo sacrificar su privilegio y fortuna, y a—como diría Martí—quebrantar su propia autoridad antes que a perpetuarla; y por el otro, de una juventud fogosa y literaria que, como hija legítima de las más avanzadas ideas democráticas de la época, estaba dispuesta a inmolarse en defensa del derecho del hombre a ejercer su libre albedrío.

El propio día en que se constituiría el Partido Revolucionario Cubano, nacido del alma misma de José Martí, y de su convicción aprendida en el estudio literario y concreto de las realidades históricas que habían hecho perdurar el espíritu de la colonia empequeñeciendo las repúblicas americanas nacidas de la espada de Bolívar y sus contemporáneos, y a estas altura ya, también de su conocimiento profundo y minucioso del espíritu de codicia, conquista y violenta aventura que corrompía en la nación portentosa del Norte el espíritu en que la fundaron sus prohombres, Patria revelaba, 23 años después, en imágenes salidas de la pluma del Apóstol, y a las que pudiéramos llamar cinematográficas, los acontecimientos acaecidos en Guáimaro en los días inmediatos a la proclamación de aquella primera Carta Magna: “El once, a la misma mesa, se sentaban, ¡ya en Cámara!, los diputados, y por la autoridad del artículo séptimo de la constitución eligieron presidente del poder ejecutivo a quien fue el primero en ejecutar, a Carlos Manuel de Céspedes; presidente de la Cámara, al que presidía la Asamblea de representantes del Centro, de que la Cámara era ensanche y hechura, a Salvador Cisneros Betancourt; y general en jefe de las fuerzas de la república al general de las del Centro, a Manuel Quesada.”[2]  

Todavía con el país infestado de enemigos poderosos militar, política y económicamente,  este reducido grupo de patriotas, comparativamente hablando, obraban el milagro sublime—ante cuya sola memoria  debemos hacer siempre los cubanos profunda reverencia—de traer a la luz del mundo una nueva república y sumarla al concierto de los pueblos libres por la espontánea voluntad de las virtudes que encarnaban. Habían elegido a sus representantes y sus jefes, y todos proclamaban como propias, en las tertulias y conversaciones de esa noche magnífica, las virtudes de los recién electos.

La pluma milagrosa que pintaba en Patria las escenas de aquellas inolvidables y gloriosas jornadas, vibra todavía más al recrear para los lectores, muchos de los cuales ese mismo día habrían de reunirse en similar concilio con idénticos fines, para concretar, acaso sin saberlo, el más alto resultado que ha tenido la política cubana de dos siglos: el Partido único, fuerte y respetado—no tanto por el número como por el reconocido patriotismo, amor al pueblo y limpieza de vida de sus miembros—el  momento en que aquellos ilustres representantes de Guáimaro juraron fidelidad y sacrificio ante los símbolos y las leyes que habían decidido defender: “Era luz plena el día 12 cuando, con aquel respeto que los sucesos y lugares extraordinarios ponen en la voz, con aquella emoción, no sujeta ni disimulada, que los actos heroicos inspiran en los que son capaces de ellos, fueron, rodeados del poder y juventud de la guerra, de almas en quienes la virtud patriótica sofocaba la emulación, tomando asiento en sus sillas poco menos que campestres los que, con sus manos novicias habían levantado a nivel del mundo un hato de almas presas.”[3] Ya había descrito el ambiente y presentado el escenario, ahora tocaba el turno al mensaje final que había querido dejar impregnado en las mentes y los corazones de los cubanos fieles: el acto del sagrado juramento de los padres fundadores ante el altar de la patria: “Juró Salvador Cisneros Betancourt, más alto de lo usual, y con el discurso en los ojos, la presidencia de la Cámara. De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de Céspedes, con acentos de entrañable resignación, y el dejo sublime de quien ama a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino: aquellos juveniles corazones, tocados apenas del veneno del mundo, palpitaron aceleradamente. Y sobre la espada de honor que le tendieron, juró Manuel Quesada no rendirla sino en el capitolio de los libres, o en el campo de batalla al lado de su cadáver. Afuera, en el gentío, le caían a uno las lágrimas: otro, apretaba la mano a su compañero: otro, oró con fervor.”[4]

De este modo surgimos a los ojos del mundo como pueblo y hombres libres: no solo al amparo del valor, el entusiasmo, la fe y el sacrificio, de lo cual ya se habían dado muestras mucho antes; sino, y sobre todo, al amparo de la Ley aprobada por todos, que debería ser también conocida, acatada y defendida por todos, porque solo así podríamos presentarnos, ante los amigos solidarios y ante los enemigos codiciosos, como plenos ciudadanos, y porque solo así podíamos hacer que se reconociera a Cuba como una verdadera República.             


[1] José Martí, Obras Escogidas en tres tomos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002, tomo III, página 94.
[2] Ídem, p. 95.
[3] Íbidem.
[4] Ïdem, pp. 95-96.

viernes, 8 de abril de 2011

La guerra sin odio

Por Carlos Rodríguez Almaguer.
“Mi verso crecerá, bajo la hierba
yo también creceré”.

José Martí
 
Cuando el 25 de marzo de 1895 José Martí escribía con letras de alma y el espíritu de Cuba en el Manifiesto de Montecristi, que firmará junto al general Máximo Gómez, que “La guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la patria que se ganen, podrá gozar respetado, y aún amado, de la libertad que sólo arrollará a los que le salgan, imprevisores, al camino -Ni del desorden, ajeno a la moderación probada del espíritu de Cuba, será cuna la guerra; ni de la tiranía- Los que la fomentaron, y pueden aún llevar su voz, declaran en nombre de ella ante la patria su limpieza de todo odio, -su indulgencia fraternal para con los cubanos tímidos o equivocados-, su radical respeto al decoro del hombre, nervio del combate y cimiento de la república, -su certidumbre  de la aptitud de la guerra para ordenarse de modo que contenga la redención que la inspira, la relación en que un pueblo debe vivir con los demás, y la realidad que la guerra es-, y su terminante voluntad de respetar, y hacer que se respete, al español neutral y honrado, en la guerra y después de ella, y de ser piadosa con el arrepentimiento, e inflexible solo con el vicio, el crimen y la inhumanidad”, no hacía sino confirmar aquellas tesis primigenias sobre la absoluta incapacidad del odio para servir de cimiento a la felicidad duradera de un pueblo, planteadas ya en 1873 en su escrito El presidio político en Cuba, y resumidas en esta lapidaria afirmación: “Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo”.

Difícil sería comprender la posibilidad de que se convoque a los hombres a matar y a morir sin emplear ese tósigo temible que destruye tanto a quien lo siente como a quien lo padece, al matador y a sus víctimas. Pero estamos hablando de un humanista, un poeta de versos y de obras.

¿Cómo explicar que el mismo que rechazará en frase breve la idea de inspirar el odio de una clase social contra otra, al referirse elogiosamente a Carlos Marx en 1883, porque “espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres”, o el que en sus numerosos discursos revolucionarios sembrara entre las emigraciones resentidas y a veces rencorosas, la idea de que otros emplearan “el odio inútil”, porque “el cubano es capaz del amor”; el que señalará como a un villano a quien promueva entre los hijos de la isla el odio de las razas, o, aún más, el odio a España como cultura y al español como individuo, se viera obligado a organizar una guerra en la que, inevitablemente, habrían de morir por igual cubanos y españoles?

La ética martiana es sacudida por dos fuerzas igual de formidables y acaso contradictorias. Por un lado su horror a la violencia y a la sangre, que habría de dejar claro en su artículo Vindicación de Cuba como característica específica del cubano; por el otro, su absoluta incapacidad para permitir impasible la podredumbre moral con que el gobierno colonial de España consumía a Cuba. Entonces la única vía para conciliar y encausar la tempestad inevitable, era “dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio”, preparando a los combatientes de la víspera en una rarísima mezcla de fuerza y ternura que, siguiendo la mejor tradición cristiana, fuera a la vez capaz de compadecer a los propios asesinos, de arremeter con incontenible violencia contra los cuerpos armados del ejército colonial, y de perdonar a los que se declaran vencidos o arrepentidos, por no hablar de aquellos españoles que solo aspiran a vivir en paz en la misma tierra donde le han nacido los hijos, han construido sus casas y afirmado sus vidas.

Varios apellidos le puso a la guerra, terrible en esencia, para amortiguar acaso el impacto de su significación en el ánimo de los libertadores y evitar que excesos de pasión, en la mayoría de los casos justificados por anteriores crímenes cometidos en las familias cubanas por los colonialistas españoles, los convirtieran en asesinos y mancharan con la crueldad la noble causa de la independencia de Cuba. Así, vemos como en diferentes escritos se refiere a la “guerra necesaria”, “necesaria y breve”, habla también de la “justa cólera”, y poco a poco va introduciendo en las conciencias de aquellos cubanos ofendidos, humillados, que habían perdido a seres queridos a manos de la maldad del régimen, la idea de que la guerra había que hacerla sin odio.

Habrá que hurgar más aún en lo hondo de la historia para tener otro ejemplo de repulsión a la idea de una guerra en la que, inevitablemente, habrían de morir muchos hombres y de llorar muchas madres… y a la vez de apasionada entrega a su organización, aprovisionamiento y desenlace. Pero siempre quedará en nuestro ánimo la sensación de la grandeza de aquel noble soldado de la luz que, puesto el pie en el estribo que lo llevará a la muerte, escribe en breve carta a su madre: “Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza”.

José Martí: la idea del bien

Por Carlos Rodríguez Almaguer.
“No basta nacer. Es preciso hacerse”.
José Martí

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Los que participábamos en la clausura de la primera Conferencia Internacional José Martí: Por el equilibrio del mundo, aquel 29 de enero de 2003 en el Palacio de las Convenciones de La Habana, recordaremos siempre la pregunta con que Fidel comenzó su discurso: “¿Qué significa Martí para los cubanos?” Y recordaremos aún más la respuesta que, luego de analizar un párrafo del texto martiano El presidio político en Cuba, sobre la existencia de dios en la idea del bien y la lágrima como fuente de sentimiento eterno, dio el Comandante a su propia pregunta: “Para nosotros los cubanos, José Martí es la idea del bien que él describió”.

Conocida es para todos la máxima legada por el Maestro en su artículo Maestros Ambulantes, publicado en Guatemala, donde nos dice que “Ser culto es el único modo de ser libre”, pero no siempre recordamos la oración anterior que constituye otra máxima de vida y en la cual nos revela que “Ser bueno es el único modo de ser dichoso”. Profundizar en el estudio y significación de estas dos verdades esenciales, más allá de una repetición cómoda y superficial que termina por convertir cualquier evangelio en mera consigna, bastaría para contribuir de manera eficaz a la formación de mejores seres humanos. Y en esto es bueno dejar sentado que cuando nos referimos a esa formación no estamos hablando solamente de las nuevas generaciones, sino de todos los hombres y mujeres que vivimos estos tiempos que él mismo llamaría “de reenquiciamiento y remolde”, porque a fuerza de destruir el medioambiente, de fabricar bombas y armas de destrucción cada vez más sofisticados y de ensayar a escala universal la enajenación de los hombres hasta hacerlos besar y bendecir la daga que los degüella, no le va quedando mucho tiempo de rectificación a nuestra desdichada especie.

Que cualquier idea por elevada y noble que sea tendrá en la práctica únicamente el valor que sean capaces de darle, en sentimientos, palabras y hechos, aquellos que dicen defenderla, no hace falta repetirlo; que ninguna doctrina política, filosófica, ideológica o religiosa sobrevive en la práctica social más allá del punto en que sus sacerdotes le deshonran el templo, es una verdad vieja; que a la patria se le honra tanto con la vida pública como con la privada, es algo conocido; que cualquier obra de amor, como lo ha sido la Revolución martiana de 1959, ha tenido siempre muchos enemigos, no es tampoco nuevo; y que los hombres somos el resultado de nosotros mismos, también lo conocemos.

Cuba tiene, en sus poco más de dos siglos de forja de la nación, una cantidad enorme de paradigmas, en proporción, no solo al tiempo histórico, sino también  a su espacio geográfico. Nadie podrá negar que, desde los inicios, fue el seguir a determinados paradigmas universales, continentales o regionales, lo que  inspiró a nuestros padres fundadores en su labor primigenia. Luego, cuando con sus sacrificios en los cadalsos, en las prisiones y en los destierros, los hombres de pluma y de palabra se fueron convirtiendo ellos mismos, acaso sin saberlo ni pretenderlo, en los primeros paradigmas de la incipiente cubanía, entonces comenzamos a nacer como pueblo y como nación, pues ellos se habían puesto de semillas para que germinara el sentimiento que daría “luego a los generales ejércitos para sus batallas”. 

El referente histórico se convirtió para José Martí en arma principal de toda su actividad política, ideológica y sociocultural. Poniendo por delante el reflejo de las mejores vidas de aquellos que veían más allá de donde alcanzaba su bolsillo y veían los intereses de la patria; de esos que, puestos de pie sobre el yugo miserable de la ignominia, colocaban en su frente honrada la estrella “que lumina y mata”, Martí se convierte en Apóstol no solo de la independencia de Cuba, sino de aquella a la que él mismo llamó República Moral, donde cada hombre defendiera como cosa sagrada, “como de honor de familia”, la dignidad y el decoro de cada cubano, y donde nadie permitiera nunca que se ultrajara, ni en los demás ni en sí, a la tierra sagrada donde se vino al mundo. 

Cada conmemoración del 10 de octubre, cada artículo de prensa, cada carta a compañeros de lucha, a amigos íntimos, a familiares, iría permeada de aquella idea encarnada en él de que la dignidad, el honor y la grandeza de la patria solo podría hacerse visible a través de la actitud cotidiana de sus hijos. Así, en respuesta al menosprecio y la ofensa lanzada contra los cubanos por la prensa yanqui, traza en su artículo Vindicación de Cuba, a partir de unos cuantos nombres de cubanos ilustres, el deber ser de un pueblo que apenas si existía en la diáspora de las emigraciones, donde el ejercicio de la libertad le permitía al cubano el despliegue de sus poderosas facultades, pues la otra parte, era llaga adolorida que padecía bajo la bota colonial de España, y cuyos mejores hijos morían asesinados o tuberculosos en las prisiones africanas. 

Martí, como haría Fidel un siglo después, no solo nos enseñó el pueblo que éramos, sino que nos dibujó en el horizonte el pueblo que debíamos y podíamos llegar a ser, aún cuando tanto ellos como nosotros sabemos por la historia que nunca han logrado los pueblos empinarse hasta el punto que les ha sido trazado por sus hombres magnos, pero nadie se atrevería a negar que cuanto han crecido lo deben al empeño colectivo puesto en querer alcanzar esos pináculos. Ese horizonte, en tanto utopía, sirve sobre todo—como dijera  un sabio americano—para  eso, para caminar. Cómo si no, explicaríamos el milagro de que un pequeño país como Cuba, insular, con mínimos recursos naturales, sobre la base material de una economía renqueante por diversos motivos, entre ellos ese odioso monumento a la impotencia imperial que es lo que resultan al cabo el bloqueo y la guerra económica yanqui, pudiera alcanzar en el brevísimo plazo de cincuenta años, con hechos y realizaciones concretas, los beneficios que ha alcanzado la Revolución para los cubanos y para los pobres del mundo con quienes echó su suerte. 

Cómo explicar la conducta de nuestros combatientes en África, de nuestros maestros en Nicaragua, Bolivia, Venezuela, Ecuador; de nuestros médicos en medio mundo, sobre todo en aquellos lugares donde la filantropía de otros demuestra su inferioridad con respecto a la solidaridad promovida desde siempre por la Cuba Martiana, como está ocurriendo ahora mismo en el combate a muerte entre el humanismo más puro y la epidemia más terrible que se libra en las dolorosas tierras haitianas. 

A ese Martí Maestro, vivo y vivificador, es al que debemos buscar y enseñar los que queremos a Cuba, a América y a la Humanidad, para que nos sirva de alimento al alma y de sostén al cuerpo en estos tiempos tristes y definitivos donde resalta por contraste terrible aquella verdad tremenda contra la cual cada uno deberá medir sus actos: “En la arena de la vida luchan encarnizadamente el bien y el mal. Hay en el hombre cantidad de bien suficiente para vencer: ¡Vergüenza y baldón para el vencido!” 


jueves, 7 de abril de 2011

ASUME PADRE MIGUEL D´SCOTO REPRESENTACIÓN DE LIBIA EN LA ONU

Ante la descarada negativa del gobierno norteamericano de autorizar la entrada del representante del gobierno libio al país sede de las Naciones Unidas, un latinoamericano esencial, como Bolívar, Martí, Sandino... y tantos otros, ha asumido la representación de esa nación árabe.

El padre D´scoto ha declarado que esa decisiíon constituye un elemental deber moral, para defender a un pueblo que está siendo víctima de los bombardeos y asesinatos masivos que lleva a cabo la OTAN.

Cuánta falta le hace a la diplomacia internacional el ejemplo de este ilustre nicaragüense.