FIDEL
CASTRO Y LOS HERALDOS DE LA MUERTE
“La muerte es vía, no término.”
José Martí.
Por Carlos
Rodríguez Almaguer.
El 26 de julio de
1953 ocurrieron en el Oriente cubano los acontecimientos que dieron inicio a la
última etapa de la lucha armada por la independencia definitiva de la Isla. Los
asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes,
en Bayamo, mostraban la decisión de los cubanos de combatir con las armas en la
mano la tiranía criminal y oprobiosa que, respaldada por el imperio del Norte,
había asaltado el poder el 10 de marzo de 1952. Estas acciones, como es
conocido, habían sido organizadas por un joven abogado: Fidel Castro.
Una de las noticias
que con más énfasis se trasmitió por aquellos días fue, sin duda, la de la “muerte
de Fidel Castro”. Se iniciaba así una de las más largas cadenas de desaires que
ser humano alguno le haya hecho a los Heraldos de la Muerte.
Luego vinieron los
peligros del presidio, el desembarco del Granma con sus consabidas “noticias de
última hora”, la Sierra Maestra y los repetidos “Partes militares” que
informaban una y otra vez la “muerte del Doctor Fidel Castro”, hasta que, como
en la conocida fábula del Pastorcillo y el Lobo, el pueblo comenzó a dudar
siempre, al punto que de haber muerto de verdad por aquellos días, el
imaginario colectivo habría hecho imposible esta noticia sin importar las
pruebas que se le presentaran, y Fidel viviría eternamente en las montañas
orientales como una suerte de Mackandal carpenteriano.
Algo parecido sucedería
luego del triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, primero con Camilo Cienfuegos
y después con el Che Guevara, nadie creyó jamás en la noticia hasta que lo dijo
Fidel, porque el pueblo sabe —y los pueblos saben— que Fidel no miente.
Los que nacimos y
crecimos en Cuba en los últimos 50 años, hemos sido testigos de los numerosos
anuncios de este tipo realizados por los medios enemigos de desinformación, y nos
hemos reído de sus posteriores ridiculizaciones. Pero en esta historia no solo
han quedado desairados los Heraldos, sino también, y sobre todo, los que han
querido arrogarse el papel de Ángeles Exterminadores, convirtiéndose ellos
mismos en los portadores de la Muerte. Más de 600 atentados de diversos tipos, que
demuestran los monstruos que puede engendrar el odio, han sido descubiertos y
neutralizados por los órganos de inteligencia cubanos. Es la bochornosa
historia de una aterradora cacería humana que habría atemorizado al común de
los mortales. Pero a veces olvidamos que Fidel es Fidel y no un mortal común. Ha
querido vivir entre nosotros como uno más, y acaso, desde su humildad sin límites,
lo hubiera logrado, a no ser porque sus enemigos se han empeñado en
demostrarnos lo contrario.
La frustración y la
impotencia acaso los han ido obligando a dejar en manos de la naturaleza su
muerte biológica, pero otra vez las reiteradas y jugosas recompensas por “matar”
a Fidel han podido más que la resignación. Ahora ha sido un medicucho desconocido
el que ha querido servir de nuevo Heraldo, venido a menos luego de hacer el
ridículo al verse destrozadas sus “profecías” por la indomable voluntad del
presidente Hugo Chávez.
Hoy el propio Fidel
ha respondido en un artículo no exento de ironías, desde el título mismo, para
con los improvisados Heraldos de la Muerte.
A ellos, más allá
del desprecio que provoca su morbo, habremos de agradecer acaso el volver a
verlo, leer otra vez sus textos, saberlo “entero” como siempre, y también
porqué no, el recordarnos que Fidel como criatura biológica un día cualquiera
de los próximos años dejará de respirar, entonces aparecerá una Nota Oficial
del Gobierno Revolucionario de Cuba comunicándonos el triste suceso, pero nadie
nos obligará a creer jamás que él ha muerto porque los hombres como Fidel no mueren.
Martianos como somos, repetiremos que “la muerte no es verdad cuando se ha
cumplido bien la obra de la vida”, y nadie desde Martí hasta acá, ha cumplido
entre nosotros esa obra como él. Aún habrá otros que recuerden la sentencia del
poeta de que el hombre no muere cuando deja de existir sino cuando deja de amar,
y Fidel no dejará de amar nunca porque, aún más allá de su existencia física,
siempre habrá muchos que, inspirados en sus enseñanzas y su ejemplo, amaremos
por él.
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