lunes, 22 de octubre de 2012



FIDEL CASTRO Y LOS HERALDOS DE LA MUERTE

 “La muerte es vía, no término.”
José Martí.














Por Carlos Rodríguez Almaguer.


El 26 de julio de 1953 ocurrieron en el Oriente cubano los acontecimientos que dieron inicio a la última etapa de la lucha armada por la independencia definitiva de la Isla. Los asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, mostraban la decisión de los cubanos de combatir con las armas en la mano la tiranía criminal y oprobiosa que, respaldada por el imperio del Norte, había asaltado el poder el 10 de marzo de 1952. Estas acciones, como es conocido, habían sido organizadas por un joven abogado: Fidel Castro.

Una de las noticias que con más énfasis se trasmitió por aquellos días fue, sin duda, la de la “muerte de Fidel Castro”. Se iniciaba así una de las más largas cadenas de desaires que ser humano alguno le haya hecho a los Heraldos de la Muerte.

Luego vinieron los peligros del presidio, el desembarco del Granma con sus consabidas “noticias de última hora”, la Sierra Maestra y los repetidos “Partes militares” que informaban una y otra vez la “muerte del Doctor Fidel Castro”, hasta que, como en la conocida fábula del Pastorcillo y el Lobo, el pueblo comenzó a dudar siempre, al punto que de haber muerto de verdad por aquellos días, el imaginario colectivo habría hecho imposible esta noticia sin importar las pruebas que se le presentaran, y Fidel viviría eternamente en las montañas orientales como una suerte de Mackandal carpenteriano.

Algo parecido sucedería luego del triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, primero con Camilo Cienfuegos y después con el Che Guevara, nadie creyó jamás en la noticia hasta que lo dijo Fidel, porque el pueblo sabe —y los pueblos saben— que Fidel no miente.  

Los que nacimos y crecimos en Cuba en los últimos 50 años, hemos sido testigos de los numerosos anuncios de este tipo realizados por los medios enemigos de desinformación, y nos hemos reído de sus posteriores ridiculizaciones. Pero en esta historia no solo han quedado desairados los Heraldos, sino también, y sobre todo, los que han querido arrogarse el papel de Ángeles Exterminadores, convirtiéndose ellos mismos en los portadores de la Muerte. Más de 600 atentados de diversos tipos, que demuestran los monstruos que puede engendrar el odio, han sido descubiertos y neutralizados por los órganos de inteligencia cubanos. Es la bochornosa historia de una aterradora cacería humana que habría atemorizado al común de los mortales. Pero a veces olvidamos que Fidel es Fidel y no un mortal común. Ha querido vivir entre nosotros como uno más, y acaso, desde su humildad sin límites, lo hubiera logrado, a no ser porque sus enemigos se han empeñado en demostrarnos lo contrario.

La frustración y la impotencia acaso los han ido obligando a dejar en manos de la naturaleza su muerte biológica, pero otra vez las reiteradas y jugosas recompensas por “matar” a Fidel han podido más que la resignación. Ahora ha sido un medicucho desconocido el que ha querido servir de nuevo Heraldo, venido a menos luego de hacer el ridículo al verse destrozadas sus “profecías” por la indomable voluntad del presidente Hugo Chávez.

Hoy el propio Fidel ha respondido en un artículo no exento de ironías, desde el título mismo, para con los improvisados Heraldos de la Muerte.

A ellos, más allá del desprecio que provoca su morbo, habremos de agradecer acaso el volver a verlo, leer otra vez sus textos, saberlo “entero” como siempre, y también porqué no, el recordarnos que Fidel como criatura biológica un día cualquiera de los próximos años dejará de respirar, entonces aparecerá una Nota Oficial del Gobierno Revolucionario de Cuba comunicándonos el triste suceso, pero nadie nos obligará a creer jamás que él ha muerto porque los hombres como Fidel no mueren. Martianos como somos, repetiremos que “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”, y nadie desde Martí hasta acá, ha cumplido entre nosotros esa obra como él. Aún habrá otros que recuerden la sentencia del poeta de que el hombre no muere cuando deja de existir sino cuando deja de amar, y Fidel no dejará de amar nunca porque, aún más allá de su existencia física, siempre habrá muchos que, inspirados en sus enseñanzas y su ejemplo, amaremos por él.   

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