MARTÍ MÁS ALLÁ DE LA CÁSCARA
Por Julio César Sánchez Guerra*
Todavía Martí no es todo Martí; es preciso ahondar en las zonas más calladas de su ideario y recomponer los fragmentos de su unidad. Ya sabemos que es el político sagaz, el de la frase breve y contundente, pero sería un error limitarnos a la cita fácil que sustituya nuestra energía por comprenderlo, y por ser hijos de nuestro propio tiempo.
A Martí hay que bajarlo de las estatuas, de rincones y de pensamientos colgados en la pared; es necesario colocarlo en su condición de hombre sincero, arte entre las artes, monte entre los montes…poeta, hombre, taíta y niño que viene de todas partes para devolverle al mundo su memoria.
Lo primero que nos sobrecoge en Martí, son sus visiones proféticas; parece que el sabe lo que va a pasar con su vida y con el curso de la historia, su poesía y misticismo penetran las páginas que escribe, en una prisión, en un barco, o en la hora en que la madrugada es una mujer adulta.
Ante la vida misma asume una comunión que nos recuerda una porción del budismo, aquel que ve en la vida un milagro de la naturaleza que no puede ser destruida.
No es partidario de la pena de muerte, ni de matar un pájaro, ni de arrancar el árbol, ni de aplastar a la mosca intrusa. Se entiende mejor por qué ante las puertas de la guerra escribe: Espanta la misión de echar a los hombres contra los hombres.
Es cristiano, budista, estoico y masón, pero su religión no está en los templos sino en salvar al que va a ahogarse. Asume el dolor, el sufrimiento como un camino de crecimiento espiritual y redención humana.
Cree que el golpe dado en la mejilla del otro es también contra su propia mejilla, y de su optimismo radical, siempre nacerán, entre espinas, flores. Por eso Martí es un poeta al servicio de la política, pero no de cualquier política sino de aquella que se convierta en el arte de hacer felices a los hombres.
Martí dejó varias páginas escritas al tema de la muerte, a quien llamó, la madre invisible. Entre la muerte y la vida se cruza el misterio de lo humano con hondas connotaciones éticas; es eso lo que intenta explicarles a los niños en La Edad de Oro.
Martí cree en la vida después de la muerte; “el alma post- existe” y viene de las regiones de otras vidas; ante la muerte pide convertirse en sauce o en una flor nueva; y nos aclara en versos sencillos que él, dos veces, vio el alma.
En todo lo que estudia y abarca nos solo nos deja información sino sobre todo formación liberadora. Por eso nadie puede asombrarse si comprueba que las advertencias de los peligros que veía en la idea socialista, están relacionados con las causas que finalmente derrumbaron al socialismo: El dogma y el oportunismo.
La República por la que lucha: Con todos y para el bien de todos, nunca podrá ser una consigna, sino el más grande desafío de una República moral para salvar al hombre, y al mismo tiempo, la permanente utopía de asumir la patria como agonía y deber.
Para Martí es preciso salvar la Patria y la persona; la justicia pero también la belleza, al cubano y al español, es radical y armonioso, y su tremenda dialéctica la guarda en frase del ensayo Nuestra América: el genio de la moderación.
Hay algo de Jesús y de Sócrates en Martí; es el Boditsava, santo que nos da sabiduría, y soldado que no rehúye la cólera maravillosa para echar a los mercaderes del templo… Al final de cada combate nos pide ser buenos como único modo de ser dichosos, y sabe que la cultura, es la fuente de la libertad.
A Martí no se le puede encerrar en filosofías o corrientes; eso lo entendió el poeta Lezama Lima cuando advirtió que Martí es el único entre nosotros en habitar la casa del Alibi, allí donde yo es el otro y la vida del “hombre sincero” se convierte, en un misterio que nos acompaña.
Ese hombre que buscamos no está en la pared mezquina de los conformismos, ni en la indiferencia, ni en el miedo a crear, está en el amor que ve, en la semilla, en el más allá de la cáscara.
A Martí hay que bajarlo de las estatuas, de rincones y de pensamientos colgados en la pared; es necesario colocarlo en su condición de hombre sincero, arte entre las artes, monte entre los montes…poeta, hombre, taíta y niño que viene de todas partes para devolverle al mundo su memoria.
Lo primero que nos sobrecoge en Martí, son sus visiones proféticas; parece que el sabe lo que va a pasar con su vida y con el curso de la historia, su poesía y misticismo penetran las páginas que escribe, en una prisión, en un barco, o en la hora en que la madrugada es una mujer adulta.
Ante la vida misma asume una comunión que nos recuerda una porción del budismo, aquel que ve en la vida un milagro de la naturaleza que no puede ser destruida.
No es partidario de la pena de muerte, ni de matar un pájaro, ni de arrancar el árbol, ni de aplastar a la mosca intrusa. Se entiende mejor por qué ante las puertas de la guerra escribe: Espanta la misión de echar a los hombres contra los hombres.
Es cristiano, budista, estoico y masón, pero su religión no está en los templos sino en salvar al que va a ahogarse. Asume el dolor, el sufrimiento como un camino de crecimiento espiritual y redención humana.
Cree que el golpe dado en la mejilla del otro es también contra su propia mejilla, y de su optimismo radical, siempre nacerán, entre espinas, flores. Por eso Martí es un poeta al servicio de la política, pero no de cualquier política sino de aquella que se convierta en el arte de hacer felices a los hombres.
Martí dejó varias páginas escritas al tema de la muerte, a quien llamó, la madre invisible. Entre la muerte y la vida se cruza el misterio de lo humano con hondas connotaciones éticas; es eso lo que intenta explicarles a los niños en La Edad de Oro.
Martí cree en la vida después de la muerte; “el alma post- existe” y viene de las regiones de otras vidas; ante la muerte pide convertirse en sauce o en una flor nueva; y nos aclara en versos sencillos que él, dos veces, vio el alma.
En todo lo que estudia y abarca nos solo nos deja información sino sobre todo formación liberadora. Por eso nadie puede asombrarse si comprueba que las advertencias de los peligros que veía en la idea socialista, están relacionados con las causas que finalmente derrumbaron al socialismo: El dogma y el oportunismo.
La República por la que lucha: Con todos y para el bien de todos, nunca podrá ser una consigna, sino el más grande desafío de una República moral para salvar al hombre, y al mismo tiempo, la permanente utopía de asumir la patria como agonía y deber.
Para Martí es preciso salvar la Patria y la persona; la justicia pero también la belleza, al cubano y al español, es radical y armonioso, y su tremenda dialéctica la guarda en frase del ensayo Nuestra América: el genio de la moderación.
Hay algo de Jesús y de Sócrates en Martí; es el Boditsava, santo que nos da sabiduría, y soldado que no rehúye la cólera maravillosa para echar a los mercaderes del templo… Al final de cada combate nos pide ser buenos como único modo de ser dichosos, y sabe que la cultura, es la fuente de la libertad.
A Martí no se le puede encerrar en filosofías o corrientes; eso lo entendió el poeta Lezama Lima cuando advirtió que Martí es el único entre nosotros en habitar la casa del Alibi, allí donde yo es el otro y la vida del “hombre sincero” se convierte, en un misterio que nos acompaña.
Ese hombre que buscamos no está en la pared mezquina de los conformismos, ni en la indiferencia, ni en el miedo a crear, está en el amor que ve, en la semilla, en el más allá de la cáscara.
*Profesor de la Universidad Jesús Montané Oropesa, Isla de la Juventud.
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