El plattista idilio de Estado de SATS
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Jorge Ángel Hernández
Se le atribuye a Nicolás Guillén —el nuestro, bueno también sin
exclusiones— la anécdota de haberse aparecido a un sitio que se presumía
de rango acompañado por una prostituta. Ante la negativa de que
entrase, por tratarse de una persona “de dudosa moral”, el poeta
respondió: “Por el contrario, señor, ¡se trata de una prostituta!”. El
lance revela, en una clave humorística aplastante, dónde se halla el
verdadero conflicto “dudoso” ante la ética y la moral social. Y he
recordado esa anécdota leyendo los descargos que Estado de SATS lanza sobre la posición de la Iglesia católica cubana luego de la visita del Papa Benedicto XVI a Cuba.
Lo primero que se advierte es una reacción furibunda a lo que llaman
nacionalismo, en nombre de la democracia y la “creciente sociedad
civil”. Y se presenta un supuesto panorama equitativo en medio de una
“puja entre el poder totalitario y las fuerzas democratizadoras”.
La
realidad es construida por la percepción del escribiente, para que así
sea retransmitida por las verdaderas fuerzas de injerencia que tras la
democratización camuflan sus acciones. Se cumple además,
disciplinadamente, el patrón de negar méritos al proceso revolucionario
cubano, desde su surgimiento hasta el momento actual, y el de proclamar
inviable la dirección de la revolución por obsoleta. Los giros
fraseológicos abundan en lugares comunes que marcan la esencia
propagandística de lo que se sostiene como verdades absolutas.
Tampoco
reconocen, a partir de una “caprichosa impresión”, la legitimidad
política de un sistema de gobierno refrendado por el 97,7 de la
población en voto libre, directo y secreto. Ni le atribuyen ejercicio de
soberanía a esa masa, desde luego. Se consideran a sí mismos los únicos
soberanos del país. Se adjudican, también “caprichosamente”, las
manifestaciones críticas de la sociedad cubana, —que, agrego por mi
parte, se da sobre todo desde el arte, la literatura y ciertos foros de
debate profesional, es decir, en un legítimo ejercicio de
democratización revolucionaria—, como “espacios abiertos” que “evaden
señalar a la cúpula gobernante como los principales causantes de la
debacle nacional.”
Según Jardines y Rodiles, editorialistas de Estado de SATS,
desde los foros eclesiásticos se ha lanzado el presupuesto de que “solo
el Gobierno goza de legitimidad y poder para llevar a cabo un proceso
de transformaciones y que, por consiguiente, todos debemos entregarles
un cheque en blanco”. He ahí un foco de escozor, de intolerancia
política que, por supuesto, no va a admitir al otro desde ningún punto
de vista. Y adviértase además la expresión desiderativa subliminal de
entregar un cheque en blanco al presunto solucionador.
¿Dónde está “la creciente sociedad civil”, de acuerdo con los
editorialistas de Estado de SATS? En quienes comparten su plattista
visión acerca del cambio que debe asimilar la sociedad cubana. Por
tanto, dentro del escuálido porciento que no refrendó la constitución.
La masa de votantes no constituye, para ellos, sociedad civil, por cuanto no cumplen con el requisito imprescindible, a saber: mantener el bloqueo;
apoyar la condena, por espías, de los cinco; y entregar el “cheque en
blanco” a un sistema de Partidos políticos que ceda la plaza al
electoralismo local, el injerencismo y la dominación económica. Para
ellos, el cese del bloqueo debe venir porque se instaura el principio de
la dominación y se hipoteca la soberanía bajo el patrón de lo que se considera, desde el pensamiento liberal, la democracia.
Ese es el futuro perfecto que un grupo de personajes, tan reducido que
ni siquiera cuenta como minoría, pretenden legitimar en carácter de
oposición.
Pero, según Rodiles y Jardines, el derrocamiento del sistema
conduciría a un idilio de reconocimiento internacional, de inversión
extranjera y cubanoamericana, de cese de persecuciones de disidentes y,
más no faltaba, por fin al cese del bloqueo
y el advenimiento de “la verdadera reconciliación entre cubanos de
fuera y de dentro” de la Isla. Todo un programa de promesas electorales
cuyas insólitas bases fuesen risibles si no se tratara de un comendo de
infantería de un proyecto mayor imperialista que no ha dejado de erogar
millonarios presupuestos aún en medio de la mayor crisis económica de su
historia. No se considera apoyo internacional la abrumadora votación
anual de Naciones Unidas en contra del bloqueo, ni se estiman como
relaciones comerciales las de las compañías, en nada sospechosas de
propugnar el socialismo, que aun así las leyes norteamericanas someten a
millonarias multas por comerciar productos con Cuba. Desde luego que
no; pues estas se dan desde un poder al que no reconocen los activos
radicales del idilio plattista.
No es de extrañar, por tanto, que la Iglesia católica, y sus
pensadores más activos, hayan comprendido la naturaleza de sus acciones
y, sobre todo, sus pretensiones de usar a la institución religiosa como
bastión de la injerencia política. De ahí que los haya convocado a
asumir una agenda de mayor independencia, cambios sustanciales y
posturas menos excluyentes. O sea, que la Iglesia católica no se
comporta como un actor reproductivo de la política revolucionaria, sino,
en la esfera política, como socio que reconoce la legitimidad de las
fuerzas del poder y su apoyo popular y, acaso, lo errado de su
hostilidad pasada. Tampoco es de extrañar, entonces, que la Iglesia
reciba el anatema y se le llame, por parte de estos excluyentes “actores
políticos” a emprender la retirada justo en el momento en que consigue
un verdadero salto.
La participación en el diálogo de intelectuales, empresarios y
diversos actores de la sociedad cubana de la diáspora, se debe, nada
menos, siempre según estos airados analistas, que al efecto del
“hechizo” del “elixir castrista”. Todo un despliegue de análisis,
¿verdad? O acaso, y en rigor, un coletazo de agonía ante el hecho
irreversible de que su soledad se hace visible, pierden la buscada
complicidad de actores dispuestos a ser eje de manipulación injerencista
y se revela la para nada dudosa moral de ese plattismo, intolerable
para el más simple de los imaginarios cubanos, que proyectos como el de
Estado de SATS pretenden propugnar.
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