Paraguay y los nuevos golpes en la región
(Tomado de Cubadebate)
Por Íñigo Errejón y Alfredo Serrano*
(El Telégrafo, Ecuador)
En menos de 48 horas, entre los días 21 y 22 de junio, se ha
consumado la destitución del ya expresidente Fernando Lugo en Paraguay,
por parte del Congreso y el Senado dominados por los partidos
tradicionales Colorado (derechista) y Liberal (centroderecha), el último
de los cuales era parte de forma ambivalente de la coalición
presidencial. La destitución, prevista en la Constitución paraguaya que
Lugo heredó, fue activada por la derecha partidaria en defensa de los
intereses de los más importantes lobbies ganaderos y terratenientes, a
raíz de los incidentes en Curuguaty donde en una toma de tierras en un
latifundio fueron asesinados 11 campesinos y 6 policías.
Los medios de comunicación de propiedad privada fueron presionando
según el manual clásico de cualquier destitución forzosa. La derecha
paraguaya acusó a Lugo, en el Juicio Político, de cinco cargos
extremadamente ideologizados, siendo el más importante de ellos el de la
complacencia con la agitación agrícola y el de “fomentar la lucha de
clases”. A esto se sumó la cuestión del “carácter” del presidente como
si se tratara también de un psicoanálisis. El Juicio Político y la
destitución de Lugo han entregado ya la Presidencia al anterior
Vicepresidente, Federico Franco, del partido Liberal, y fiel a los
poderes económicos del país, quien fue siempre el baluarte de la
oposición al interior del Gobierno, merced a una extraña alianza
electoral. Este presidente, sin elección, ya había intentado sin éxito
anteriormente esta técnica del Juicio Político.
La candidatura de Fernando Lugo aglutinó a sectores muy diversos que
combinaban agrupaciones progresistas con partidos de izquierdas y
organizaciones sociales campesinas. No obstante, más que una suma de
organizaciones populares, se trataba más una articulación laxa y poco
orgánica, nucleada en torno a las posibilidades inéditas de victoria
gracias al perfil del candidato: la Alianza Patriótica por el cambio. La
victoria de Lugo terminó con décadas de dominio del Partido Colorado en
el sistema político paraguayo. El nuevo presidente enfrentó desde su
llegada, prácticamente sin grupo parlamentario propio, el chantaje
permanente de los contrapoderes oligárquicos en el Estado.
Las diferencias internas, el débil respaldo popular organizado, y la
timidez política del Presidente han lastrado todo el mandato del
Gobierno. Las transformación se circunscribieron a una mejora
significativa de la política social, pero sin grandes avances en cambios
estructurales, en particular de la problemática de la estructura
hiperconcentrada de propiedad de la tierra.
La destitución de Lugo fue calificada de “maniobra antidemocrática”
por parte de los cancilleres de varios países de la UNASUR, que volaron
de inmediato a Asunción para apoyar al Gobierno democráticamente
elegido. Mientras se escribe esto, y a la espera de posicionamientos más
desarrollados, los Presidentes de la Organización de Estados Americanos
y la Unión de Naciones Surameticanas, expresaron su rechazo de la
maniobra de destitución. La presidente brasileña Dilma Roussef ya ha
sugerido la exclusión de Paraguay del MERCOSUR. Los Gobiernos
ecuatoriano, argentino, boliviano y venezolano ya han hecho público que
no reconocen al nuevo Ejecutivo paraguayo. La reacción regional ha sido
ejemplar, y muestra los efectos del avance del proceso de integración
latinoamericana, pero no ha podido evitar hasta la fecha el cambio de
Gobierno en Paraguay. Por el contrario, los gobiernos español, alemán y
el Estado Vaticano se apresuraron a reconocer el gobierno golpista.
Mientras tanto, Estados Unidos “llama a la calma”.
El Gobierno de Paraguay, hasta el momento, se enmarcaba en una
dinámica regional latinoamericana de gobiernos progresistas, que, con
distintas intensidades y alcances, compartían una agenda política hoy ya
hegemónica en la región, que marca claramente el sentido de época
dominante y determina el terreno de la disputa política incluso para los
actores más conservadores. El gobierno paraguayo ya destituido se
inscribía en un esfuerzo por la recuperación de la soberanía nacional,
la integración regional, la inclusión de las mayorías subalternas y el
combate de la desigualdad y la pobreza, mínimo común denominador de las
actuales experiencias de Gobiernos progresistas en América Latina.
Estos proyectos, aún cuando conquistan las Presidencias por una
combinación variable de movilización social y victoria electoral, se
topan de inmediato con los contrapoderes oligárquicos en el Estado. La
lucha política más importante se desplaza al interior del Estado,
entendido no sólo como el conjunto de los aparatos y administraciones
públicas sino también como las instituciones de la sociedad civil que
son decisivas en el proceso político (gremios profesionales, poder
financiero, medios de comunicación empresariales, organizaciones
sociales, etc.) aunque a menudo estén a buen recaudo del control
democrático.
Enmarcados en esa conflictividad que se libra al interior del Estado
como campo de disputa, se han producido en los últimos años diversos
intentos de desestabilización, destitución y restauración oligárquica en
varios países latinoamericanos: Los intentos fallidos de Venezuela
2002, Bolivia 2008, y Ecuador 2010; los golpes exitosos de Honduras 2009
y Paraguay 2012. Estos intentos siguen un patrón de “golpe blando” que
difiere de los golpes militares tradicionales, y en el que los poderes
conservadores provocan crisis políticas destinadas al derrocamiento del
presidente, pero relativamente dentro de la procedimentalidad
institucional. En estos procesos la violencia reaccionaria nunca está
ausente, pero juega sólo un papel auxiliar: como precipitadora de la
crisis o como represión moderada de la respuesta popular posterior.
En este nuevo golpismo latinoamericano, los medios de comunicación
privados, juegan un papel fundamental. Los oligopolios mediáticos, que
denuncian toda fiscalización como ataques a la libertad de expresión, se
erigen en “verdaderos representantes” de la opinión pública que
construyen, y representan como aislados a Ejecutivos que detentan un
apoyo popular invisibilizado en la esfera pública. Además, producen un
marco general de inestabilidad, del que se responsabiliza a los
presidentes, y disputan con eficacia la legitimidad democrática, a
menudo haciendo uso de las posiciones académicas dominantes sobre el
“populismo” y la desconfianza de la participación plebeya directa por
fuera de los canales institucionales -e individualizadores-
tradicionales.
……..[*] Íñigo Errejón es doctor e investigador en Ciencias Políticas en la UCM. Alfredo Serrano es doctor en economía por la UAB. Ambos son miembros del Consejo Directivo de la Fundación CEPS.
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