jueves, 19 de mayo de 2011

CUANDO ACABABA MAYO


“Cada cubano que muere es un canto más;
y cada cubano que vive debe ser un templo donde honrarlo.”

José Martí
Carta a J. A. Lucena, Nueva York, 9 de octubre de 1885

Por Carlos Rodríguez Almaguer.


La muerte de José Martí en combate por la libertad de Cuba, el 19 de mayo de 1895, es un hecho que continúa estremeciendo a los espíritus sensibles que se arriesgan a conocerlo hondo. Para otros pudiera ser una conmemoración anual, respetuosa y justa. Para los cubanos y sus amigos que han llegado a saber de cerca cuánto este hombre generoso y genial ha calado en el alma de la nación, al punto que no sería decir de más si decimos que es su más firme e inquebrantable aglutinante, esta muerte, casi fortuita en su forma, es, por su significación, una verdadera catástrofe que parece ocurrida ayer y, a veces, ante ciertas lecturas o ciertas remembranzas, sentimos como si aún fuera posible evitarla.

Muchos son los testimonios del impacto que en sus contemporáneos provocó la noticia de su muerte. El poeta nicaragüense Rubén Darío, a quien Martí llamó “hijo”, exclamó en uno de sus escritos de 1896: “La juventud americana te saluda y te llora, pero ¡oh Maestro, qué has hecho!”, luego de lanzar hacia los confines de la historia este reproche amargo y por excesivo injusto, salido de lo hondo de su dolor sincero: “¡Oh Cuba, eres muy bella ciertamente, y hacen gloriosa obra los hijos tuyos que luchan porque te quieren libre; y hace bien el español de no dar paz a la mano por temor de perderte, Cuba admirable y rica y cien veces bendecida por mi lengua; mas la sangre de Martí no te pertenecía; pertenecía a toda una raza, a todo un continente; pertenecía a una briosa juventud que pierde en él quizá al primero de sus maestros; pertenecía al porvenir!” Vendrían después otras aproximaciones desde el nuevo siglo. 

El 30 de octubre de 1938 la gran chilena Gabriela Mistral decía en una de sus conferencias en La Habana: “La lealtad cubana ha elegido a su hombre José Martí como quien elige un ejercicio cotidiano de amor que le crezca el alma, que le acicatee sin descanso las potencias y que no le deje morir y empalarse el culto de lo heroico, del cual más vivimos que morimos.” Y concluía conmovida y conmovedora: “La vida, el entendimiento y el habla nuestra, amigos cubanos, sabiéndolo o sin saberlo, los llevamos ungidos del Maestro que, siendo bendito, fue uno de los pocos que podían bendecirnos.”

Del enorme respeto y veneración que sintió esta mujer sublime por el Apóstol de Cuba, quiero recordar un pequeño párrafo que desde hace más de diez años me acompaña y que mantengo siempre a la vista, en la pared de la oficina o en mi biblioteca, para que me salve de mí mismo y de las oscuridades de este mundo que, de tiempo en tiempo, soplan sobre nuestras cabezas, y es una breve dedicatoria en el álbum de una niña americana: “No te olvides, si tienes un hermano o un hijo, de que vivió en tu tierra el hombre más puro de la raza, José Martí, y procura formarlo a su semejanza, batallador y limpio como un arcángel.”

Aquel que lo llamó en justicia el “Quijote cubano”, Juan Ramón Jiménez, nos dirá sin ambages esta verdad terrible: “La bala que lo mató era para él, quién lo duda, y “por eso” venía, como todas las balas injustas, de muchas partes feas y de muchos siglos bajos, y poco español y poco cubano no tuvieron en ella, aún sin quererlo, un átomo inconsciente de plomo.”

Nuestro Lezama, otro 19 de mayo, en 1957, nos deja escrito que “Ahora la sentencia de Martí está en su totalidad. Su sobremesa familiar, las noches en que llegó a ciudades lejanas, sus amistades mexicanas, los finales de sus clases en los Otoños neoyorquinos, sus lecturas en las casas paradojales de los revolucionarios anticuarios, sus conversaciones ya indescifrables con Rubén Darío, el hechizo con que penetró en el bosque de la muerte, todos los signos que corren a su totalidad son los que tenemos que tocar y reverenciar, descifrar y habitar.”

Luego vendrían, al promediar el siglo, las celebraciones por el Centenario de su Natalicio, y aquella juventud martiana de raíz y no de oropeles, entendió que el mejor homenaje a su memoria viva en la república burlada y ofendida, habría de ser el de dejar sus almas luminosas señalando el camino de una nueva era que, para nacer, tendría primero que destrozar los muros de ignominia y oprobio contra los cuales estrellaron sus preciosas vidas.

Sólo así se cumpliría la profecía de aquel que, anunciando su muerte al confesar que: “Morir también en mayo amable quise, / Cuando acababa mayo”,  había anunciado a su vez el porvenir en estrofa vibrante: “Mi verso crecerá, bajo la hierba / yo también creceré.”

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